Una de las principales dialécticas en las que me sumerjo hace ya bastante tiempo tiene que ver con no poder aseverar con exactitud el lugar desde el cual es posible generar un cambio radical. No tengo miedo de llamarlo revolución.
He encontrado varios grupos de personas que afirman de una manera absoluta que la solución comienza tomando las riendas del Estado: “si el poder lo toman tipos honestos y capaces, el cambio va a comenzar”. Esa, es una mirada tan habitual como incompleta. Reducir el problema a la corrupción e incapacidad de generaciones de funcionarios es como dormir con una manta corta.
También están quienes afirman que efectivamente hay que tomar el control del estado y virar el modelo un poco más hacia la izquierda o la derecha; pero esta propuesta denota su pasada fecha de vencimiento y se aleja bastante de la frescura que acarrea la irrupción de un cambio.
Quizás el cambio se esconde en lo nuevo, en lo desconocido, quizás el cambio comienza por fuera del Estado: limitándolo. Pero eso necesita tiempo; algo que justamente escasea en el día a día no solamente de los gobiernos, sino también en nosotros y en la mayoría de los bichos de las grandes ciudades.
Me surge una pequeña idea que quizás sea el indicio de todo lo demás:, hay que generar espacios que reúnan a generaciones de mortales que repiensen y actúen en política pero también es fundamental encargarse del “mientras tanto” que necesita mecanismos distintos, soluciones urgentes a millones de panzas vacías y corazones sedientos de justicia. No hay que destruir el Estado, todo lo contrario hay que adentrarse en él, conocerlo e investigarlo, indagar en lo más profundo de la composición esencial de su lógica. Y actuar, gestionar; pero paralela y fundamentalmente pensar, crear, trabajar duro y expandir un espacio que lo limite y que vaya gestando las condiciones, siempre en el marco de los derechos humanos y la paz, para que se viva un cambio de verdad.
Por lo menos así lo veo yo.
He encontrado varios grupos de personas que afirman de una manera absoluta que la solución comienza tomando las riendas del Estado: “si el poder lo toman tipos honestos y capaces, el cambio va a comenzar”. Esa, es una mirada tan habitual como incompleta. Reducir el problema a la corrupción e incapacidad de generaciones de funcionarios es como dormir con una manta corta.
También están quienes afirman que efectivamente hay que tomar el control del estado y virar el modelo un poco más hacia la izquierda o la derecha; pero esta propuesta denota su pasada fecha de vencimiento y se aleja bastante de la frescura que acarrea la irrupción de un cambio.
Quizás el cambio se esconde en lo nuevo, en lo desconocido, quizás el cambio comienza por fuera del Estado: limitándolo. Pero eso necesita tiempo; algo que justamente escasea en el día a día no solamente de los gobiernos, sino también en nosotros y en la mayoría de los bichos de las grandes ciudades.
Me surge una pequeña idea que quizás sea el indicio de todo lo demás:, hay que generar espacios que reúnan a generaciones de mortales que repiensen y actúen en política pero también es fundamental encargarse del “mientras tanto” que necesita mecanismos distintos, soluciones urgentes a millones de panzas vacías y corazones sedientos de justicia. No hay que destruir el Estado, todo lo contrario hay que adentrarse en él, conocerlo e investigarlo, indagar en lo más profundo de la composición esencial de su lógica. Y actuar, gestionar; pero paralela y fundamentalmente pensar, crear, trabajar duro y expandir un espacio que lo limite y que vaya gestando las condiciones, siempre en el marco de los derechos humanos y la paz, para que se viva un cambio de verdad.
Por lo menos así lo veo yo.
